sábado, 23 de agosto de 2014

Yo fui un piromaníaco

Y no, no quemaba casas pero me encantaba hacer fogatas.

Si mal no recuerdo todo comenzó cuando tendría unos 10 años. Estaba en 5to de primaria y se puso de moda comprar 'triques' o 'cohetes' ahí en mi barrio apenas se oscurecía. Mis amigos y yo no podíamos ser la excepción y le entramos con entusiasmo a tronar cohetes.

Cada día para el colegio, mi papá me daba escasos 2 pesos para gastar y yo los guardaba a fin de comprar barrilitos, cebollitas, palomitas, chifladores y demás parientes pobres de los fuegos artificiales. En la nochecita, mis amigos y yo juntábamos el dinero y nos íbamos a con Don Chino (no era asiático pero le decían así porque tenía el pelo irremediablemente ensortijado) a surtirnos de triques con la desaprobación de nuestras madres, que decían que eso era literalmente quemar el dinero.


Las triangulares son 'palomitas', son de mecha corta y truenan muy fuerte; los de abajo que parecen velitas de pastel se llaman 'chifladores', producen un silbido mientras salen disparados; en la esquina de abajo están las 'cebollitas', solo echan chispas, no truenan; y los grises y negros son los 'barrilitos', cuidado que truene uno cerca porque te quedas sordo! :-)


A nosotros no nos importaba en lo mas mínimo, nos divertíamos como enanos escuchando como tronaban las palomitas y los barrilitos, arrojándoselas a algún incauto que pasara cerca, y mirábamos embobados cual animalito de la luz, las chispas extremadamente efímeras de las 'cebollitas'. Obliga decir que el gusto nos duraba poco, todo lo que contenga pólvora es caro; con mis dos pesos apenas si alcanzaba a comprar 3 barrilitos, 2 chifladores y 3 cebollitas, las cerillas pues las tomaba de mi casa y ya me ahorraba unos centavos.

El problema era cuando los triques se acababan temprano y a nosotros todavía nos quedaba pila, y luego con cerillas en la mano, pues no tardamos mucho en empezar a quemar cosas.

Al principio nos íbamos hasta por allá al final de la calle donde estaba una escuela primaria, en mi querido México la gente tiene la pésima costumbre de que nomás algo ya no le sirve y lo echa a la calle, y el lugar favorito para deshacerse de muebles, libros, revistas y cosas viejas era precisamente ahí a un lado de la escuela, así que cosas para quemar no faltaban. Sin embargo, un día las cosas se salieron de control, un vecino ocurrente tuvo la brillante idea de aprovechar la sombra de un arbolito que crecía ahí y cambiarle el aceite a su coche. Supongo que utilizó diesel para enjuagar algunos fierros y lo que le sobró simplemente lo arrojó sobre la maleza que abundaba ahí en ese lugar. Esa tarde cuando nosotros fuimos a ver que quemábamos, alguien nos había ganado la jugada, una niña de la otra cuadra para divertirse, le arrojó una cerilla encendida a la hierba y zaz! se desató la conflagración. No pasó nada grave, lo único que se quemó fue la maleza, el problema es que era mucha y se hizo un humaderón y los vecinos de ahí se molestaron, y como nosotros éramos los que íbamos seguido por ahí pues nos echaron la culpa, de tal manera que ya no pudimos volver a jugar ahí.

El final de la calle ya luce un poco mas limpio de basura pero la maleza sigue ahí, lista para la siguiente generación de niños piromaníacos ;-)


Eso no nos detuvo en lo mas mínimo, pues lugares para quemar cosas abundaban ahí en mi calle, de hecho justo enfrente de mi casa había un espacio como de unos 20 metros de largo donde solamente estaba una barda, si no era el frente de una casa pues no había problema con los vecinos. Al principio la leña la tomábamos del árbol basuriento de la Tía Lita (era tía de mi amigo Moisés), pero cuando al árbol ya solo le quedaban ramas verdes, nos íbamos hasta el dren que corría por la calle siguiente a buscar pedazos de madera que un vecino carpintero desechaba. Con el tiempo el Moisés, que era el mas diplomático de todos, se iba directo a la carpintería y les pedía los recortes que sobraban, que de todos modos los iban a tirar y hasta eso que tenía su carisma porque a todo le decían que sí.

Y fue así como las fogatas se volvieron hasta sesiones de aromaterapia, en primera porque el carpintero seguido desechaba recortes de madera de cedro y segunda porque cómo la madera tardaba mas tiempo en encender que el cartón o la basura, había que agregarle algo como gasolina o alcohol, o en mi caso, una colonia para después de afeitar que me habían regalado en un intercambio de regalos en la escuela en la fiesta del 'Día del niño'. No sé porqué a mi compañero se le ocurrió que yo iba a utilizar una colonia Verlande 'El despertar de una pasión', pero pues por lo menos no se quedó ahí en el frasco :-P



Un día se nos ocurrió 'asar' malvaviscos. Lo de asar lo pongo entre comillas porque en realidad lo que hacíamos era chamuscarlos, pues al contacto con el fuego se carbonizaban por completo, pero pues si no nos importaba que la fogata estuviera sobre un lecho de basura y cacas de perro, menos nos iba a importar comer tizne! Lo de los malvaviscos fue todo un éxito, después hasta los niños que ni se juntaban con nosotros estaban haciendo fila para 'asar' sus malvaviscos en la fogata. Creo que un verdadero milagro fue que NUNCA nos enfermamos del estómago.

Hace ya cerca de 22 años de mis tiempos piromaníacos, pero los recuerdo como si fueran ayer, sin duda fue una de las épocas mas felices de mi infancia. Lástima de niños de hoy, no creo que sus padres los dejen jugar con cerillas y gasolina como a mí ;-)