Ya hasta perdí la cuenta de la cantidad de blogs que he empezado y abandonado.
Y no es que me falten cosas que contar, Dios sabe que ideas, historias y ocurrencias que me revolotean en la cabeza hay de sobra.
Siempre me consideré una persona que gustaba de platicar. Ya fuera volcando mis pensamientos en detallados emails llenos de faltas de ortografía (Aclaro que las faltas de ortografía eran porque A) Escribía en inglés y no es precisamente mi lengua materna y B) porque en aquél entonces tenía 16 años y consideraba cool el escribir cosas como 'I dunno' , 'U know', 'b4', etc.) que le enviaba a una ciber amiga australiana o bien, porque me pasaba horas en el teléfono los fines de semana que no iba a la escuela, al fin y al cabo lo que importaba era tener con quien hablar. En mi casa me tenían poca paciencia, y casi ningún interés en lo que sentía o pensaba, no es por presumir, pero cuando tus padres están a un paso de ser fanáticos religiosos, cualquier cosa que no estuviera relacionada directamente a las ordenanzas del Señor, era tenida en menosprecio como irrelevante y mundana.
Creo que fue por mi mismo temperamento a siempre estar hablando y preguntar todo que nunca estuve conforme mientras crecía en una comunidad medio religiosa y medio cerrada. Yo nunca podía mostrar una opinión diferente o una duda sincera sin exponerme a recibir calificativos como 'rebelde' (aunque en estos tiempos esa palabra está terriblemente venida a menos gracias a Televisa, Pedro Damián y los chicos de RBD) y/o 'malcriado'. No es por nada pero levantar la mano durante el sermón del domingo para exponer un desacuerdo con el predicador en turno hubiera sido equivalente a un boleto para un exorcismo gratis en la próxima cruzada evangélica en el estadio de béisbol.
Mi misma necesidad de no quedarme callado fue la que me impulsó a conseguir mi primer empleo como dependiente en un supermercado, fueron dos semanas de trabajar ahí y mandé al carajo la religión. No fue cosa fácil, si por mi madre fuera, me habría echado de casa. Por fortuna, para esos tiempos, mi papá era mucho mas razonable conmigo que lo que fue cuando yo tenía 13 años. Pudo respetar mi decisión de retirarme y desde entonces llevamos la mas saludable de las relaciones padre-hijo que conozco. Mi madre, bueeeno, ella sigue creyendo las mismas cosas que en 1993 y dudo que eso cambie. Pero bueno, estando lejos, las relaciones SI cambian y por fortuna hoy me llevo muy bien con ella también.
En cuanto a mi, sigo con la misma fascinación por hablar, escribir, grabar, tonterías si quieren, pero es una necesidad con la que ahora tienen que batallar mis compañeros de casa. Ni modo, ¡necesitan a alguien que pague la mitad de la renta!
Y no es que me falten cosas que contar, Dios sabe que ideas, historias y ocurrencias que me revolotean en la cabeza hay de sobra.
Siempre me consideré una persona que gustaba de platicar. Ya fuera volcando mis pensamientos en detallados emails llenos de faltas de ortografía (Aclaro que las faltas de ortografía eran porque A) Escribía en inglés y no es precisamente mi lengua materna y B) porque en aquél entonces tenía 16 años y consideraba cool el escribir cosas como 'I dunno' , 'U know', 'b4', etc.) que le enviaba a una ciber amiga australiana o bien, porque me pasaba horas en el teléfono los fines de semana que no iba a la escuela, al fin y al cabo lo que importaba era tener con quien hablar. En mi casa me tenían poca paciencia, y casi ningún interés en lo que sentía o pensaba, no es por presumir, pero cuando tus padres están a un paso de ser fanáticos religiosos, cualquier cosa que no estuviera relacionada directamente a las ordenanzas del Señor, era tenida en menosprecio como irrelevante y mundana.
Creo que fue por mi mismo temperamento a siempre estar hablando y preguntar todo que nunca estuve conforme mientras crecía en una comunidad medio religiosa y medio cerrada. Yo nunca podía mostrar una opinión diferente o una duda sincera sin exponerme a recibir calificativos como 'rebelde' (aunque en estos tiempos esa palabra está terriblemente venida a menos gracias a Televisa, Pedro Damián y los chicos de RBD) y/o 'malcriado'. No es por nada pero levantar la mano durante el sermón del domingo para exponer un desacuerdo con el predicador en turno hubiera sido equivalente a un boleto para un exorcismo gratis en la próxima cruzada evangélica en el estadio de béisbol.
Mi misma necesidad de no quedarme callado fue la que me impulsó a conseguir mi primer empleo como dependiente en un supermercado, fueron dos semanas de trabajar ahí y mandé al carajo la religión. No fue cosa fácil, si por mi madre fuera, me habría echado de casa. Por fortuna, para esos tiempos, mi papá era mucho mas razonable conmigo que lo que fue cuando yo tenía 13 años. Pudo respetar mi decisión de retirarme y desde entonces llevamos la mas saludable de las relaciones padre-hijo que conozco. Mi madre, bueeeno, ella sigue creyendo las mismas cosas que en 1993 y dudo que eso cambie. Pero bueno, estando lejos, las relaciones SI cambian y por fortuna hoy me llevo muy bien con ella también.
En cuanto a mi, sigo con la misma fascinación por hablar, escribir, grabar, tonterías si quieren, pero es una necesidad con la que ahora tienen que batallar mis compañeros de casa. Ni modo, ¡necesitan a alguien que pague la mitad de la renta!
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